Recordar a Jacques Brel
«Un hombre no debería cantar cosas así», comentó la gran Edith Piaf cuando en 1959 oyó interpretar por primera vez a Jacques Brel Ne me quitte pas. «No me dejes./ No quiero llorar más./ No voy a hablar más./ Me esconderé aquí,/ para mirarte,/ bailar y sonreír,/ y para escucharte./ Deja que me convierta/ en la sombra de tu sombra,/ la sombra de tu mano,/ la sombra de tu perro. / No me dejes...», rogaba, suplicaba el cantautor bruselense llegado a París unos años antes, mientras del disco de 45 rpm La valse á mille temps, título además de otro de los temas que hizo crecer su leyenda como intérprete, vendía 500.000 ejemplares en sólo seis meses.
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Hace casi 25 años, el 9 de octubre de 1978, fallecía en un hospital próximo a París, a la temprana edad de 49, de un cáncer de pulmón. Desde 1975 navegaba por el mundo en su velero L’ Askoy y, como Paul Gauguin tres cuartos de siglo antes, había llegado al mismo lugar de Atuana, en la isla de Hiva Oa, en el lejano archipiélago de Las Marquesas. Allí sería enterrado, muy cerca del pintor, pero antes todavía tuvo tiempo y ganas de grabar un último álbum, de título simplemente Brel (Barclay, 1977); quizá su mejor álbum, justo al final.
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